Dos estudios pioneros revelan tasas alarmantes de hipertensión arterial entre los jóvenes y adultos jóvenes de Estados Unidos, lo que pone de relieve el impacto de determinantes sociales como la inseguridad alimentaria y la falta de seguro médico. Los hallazgos sugieren la necesidad urgente de iniciativas de salud pública específicas para mitigar los riesgos cardiovasculares a largo plazo.
Una nueva investigación presentada en las Sesiones Científicas sobre Hipertensión de 2024 de la Asociación Estadounidense del Corazón ha descubierto índices alarmantes de presión arterial alta entre los estadounidenses jóvenes. Los estudios subrayan la necesidad apremiante de abordar los determinantes sociales que afectan la salud para mejorar los resultados cardiovasculares tanto de los jóvenes como de los adultos jóvenes.
Un estudio examinó datos de la Encuesta Nacional de Examen de Salud y Nutrición (NHANES) entre 2017 y 2020 y encontró que casi el 23% de los adultos jóvenes de entre 18 y 39 años tienen presión arterial alta (≥130/80 mm Hg).
“Los determinantes sociales de la salud son las condiciones sociales que surgen del lugar donde las personas nacen, viven, aprenden, trabajan y maduran”, dijo en un artículo el autor del estudio, Thomas Alexander, candidato a doctor en medicina en la Facultad de Medicina Feinberg de la Universidad Northwestern. comunicado de prensa“Los adultos jóvenes con necesidades sociales y presión arterial alta necesitan más apoyo para alcanzar los objetivos de presión arterial”.
El estudio destacó que los adultos jóvenes con presión arterial alta tienen más probabilidades de no tener seguro médico, de padecer inseguridad alimentaria y de tener bajos ingresos en comparación con sus contrapartes de mayor edad. La inseguridad alimentaria afectó al 22% de los adultos jóvenes, una tasa más alta que la de los adultos de mediana edad y mayores. Además, el 17.5% de estos adultos jóvenes declararon no tener seguro médico, en comparación con tasas mucho más bajas entre los adultos mayores.
Un segundo estudio centrado en 2,600 jóvenes de entre 8 y 19 años reveló que el 8.7% tenía presión arterial elevada y el 5.4% tenía presión arterial alta, según las directrices de la Academia Estadounidense de Pediatría.
“Es importante contar con estimaciones más recientes”, afirmó en el comunicado de prensa Ahlia Sekkarie, autora del estudio y epidemióloga de la División de Prevención de Enfermedades Cardíacas y Accidentes Cerebrovasculares de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) en Atlanta. “Los jóvenes que tienen presión arterial alta tienen más probabilidades de tener presión arterial alta en la edad adulta, lo que los pone en mayor riesgo de sufrir enfermedades cardíacas y accidentes cerebrovasculares”.
Las tasas de presión arterial elevada fueron notablemente más altas en los jóvenes con obesidad severa y en los hombres en comparación con las mujeres. El estudio también encontró aumentos en las tasas con la edad: el 16.7 % de los jóvenes de 18 a 19 años presentaban presión arterial elevada.
Los resultados de ambos estudios sugieren firmemente la necesidad de estrategias de salud pública específicas.
Bonita Falkner, presidenta del comité de redacción del Informe de 2023 de la Asociación Estadounidense del Corazón Declaración científica sobre la hipertensión pediátrica, subrayó el impacto más amplio sobre las familias.
“El mayor riesgo no se limita a los adultos jóvenes, ya que estos suelen tener hijos; y los hijos de adultos jóvenes que no tienen seguro médico, padecen inseguridad alimentaria y tienen bajos ingresos representarán otra generación que tendrá consecuencias de salud similares a las de los determinantes sociales de la salud”, dijo.
Dado que la hipertensión arterial durante la infancia y la adultez temprana suele persistir hasta más adelante en la vida, los estudios abogan por políticas y programas que garanticen una atención sanitaria asequible, seguridad alimentaria y estabilidad económica. Tales iniciativas, sostienen los investigadores, son esenciales para reducir la carga futura de enfermedades cardiovasculares.
A medida que aumentan las preocupaciones en materia de salud pública, estos hallazgos constituyen un llamado crucial a la acción para los responsables de las políticas, los proveedores de atención médica y las comunidades por igual. Abordar estos determinantes sociales es esencial para mitigar los riesgos cardiovasculares a largo plazo y mejorar los resultados de salud para las generaciones futuras.